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Reportaje:EL FIN DEL COMUNISMO

Los secretos del Kremlin, al descubierto

Las actas de las reuniones del Politburó en 1989 y 1990 detallan la acelerada descomposición de la URSS

A penas cabe imaginar acontecimientos más dispares que los que tuvieron lugar en octubre de 1990 en Berlín y en Moscú.

A las diez de la mañana de un soleado miércoles 17 de octubre, dos semanas después de la reunificación alemana, se celebra en el Kremlin una reunión del Consejo Presidencial, uno de los grupos de asesores más importantes del líder soviético, Mijaíl Gorbachov. No se trata de una sesión rutinaria, todo lo contrario: más tarde, Anatoli Cherniáyev comentó que aquel encuentro le recordó "la situación existente en San Petersburgo en octubre de 1917, cuando los bolcheviques amenazaban con asaltar el Palacio de Invierno". En 1990 este experto en política exterior era algo así como el Henry Kissinger de Mijaíl Gorbachov.

"Kohl tiene que aprender la lección". Así pensaba el Kremlin, y por eso le ignoró dos años
En el Politburó de Gorbachov había peleas y denuncias, los camaradas no tenían pelos en la lengua
La situación en Moscú recordaba la de 1917, con los bolcheviques planeando asaltar el Palacio de Invierno
Shevardnadze dice algo 'monstruoso': "Haríamos bien en derribar el muro nosotros mismos"
Gorbachov protesta: "La Unión Soviética va a ejercer de padrino para reunificar Alemania"
En octubre de 1988, Kohl se presenta en Moscú. Su entrada en escena supone la derrota de Honecker
"Es evidente que Alemania formará parte de la OTAN. Y no tenemos medios para oponernos"
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El pánico cunde en la reunión. "La desintegración avanza a toda máquina", clamaba indignado Nikolái Rizhkov, el elegante jefe de Gobierno de la Unión. "¡Todos los medios de comunicación de masas trabajan para la oposición! ¡El consejo central de los sindicatos también! ¡Incluso el partido!". Vladímir Kriuchkov, el pálido responsable del KGB [la todopoderosa policía política], es del mismo parecer: "Esto es una declaración de guerra contra el centro" [el régimen], gritaba. "Si no hacemos algo, se avecina el final".

Qué escena tan diferente tenía lugar en ese mismo instante 1.600 kilómetros al oeste. Toda Alemania sigue presa del vértigo de la reunificación. El Este se ha aliado con el Oeste. Hace dos semanas que la RDA se ha adherido al "ámbito de vigencia de la constitución". La campana de la libertad tañe mientras los alemanes izan la bandera federal roja, negra y oro delante del Reichstag

berlinés; luego suena la Novena sinfonía de Beethoven con la Oda a la Alegría de Schiller, y acto seguido se celebran fiestas populares a lo largo y ancho del país.

Gorbachov, que tras muchas vacilaciones había preferido quedarse en casa, envía un mensaje a Berlín. Escribe que éste es un "gran acontecimiento no sólo para los alemanes", que la reunificación se lleva a cabo en la "frontera que separa dos épocas" y que se convertirá en un "símbolo" y, sin lugar a dudas, también en un factor que contribuirá a "consolidar el orden general que sustenta la paz".

Aquel día de octubre, Mijaíl Sergueiévich Gorbachov, que había empezado a renovar la Unión Soviética hacía ya cinco años y medio, veía sus ilusiones hechas añicos en su propia patria.

Han pasado 15 años desde el desmoronamiento del imperio soviético y todavía sigue siendo un misterio lo que ocurrió entonces en el Politburó, en aquel gremio dirigente del partido creado por Lenin poco antes de la revolución de octubre y en el que jamás se permitieron las transcripciones taquigráficas. ¿De qué hablarían cada jueves aquellos 13 señores vestidos de gris, de los cuales el más mayor contaba con 80 años de edad y el benjamín era Gorbachov, con 54 primaveras?

Ahora un legajo de actas auténticas del Kremlin [1.400 páginas cuya segunda parte se publicó hace tres semanas] viene a resolver el enigma. Desde 1985 tres hombres de confianza de Gorbachov registraron lo que ocurría en las reuniones confidenciales del Politburó del PCUS, del Consejo Presidencial y del Consejo de Estado y aquello de lo que hablaba Gorbachov en su círculo más íntimo, incluso en conversaciones sin testigos. Se trata de Anatoli Cherniáyev, su asesor en cuestiones internacionales; Vadim Medvedev, secretario del Comité Central y experto en ideología, y Gueorgui Sachnasárov, experto en países socialistas.

En la era de Gorbachov, la polémica arreciaba en el Politburó soviético, había peleas y denuncias, la gente hablaba mal de los demás, los camaradas no tenían pelos en la lengua. Por eso, las actas en las que se aborda el destino del imperio soviético se leen como si fueran una novela de suspense sobre las intimidades del Kremlin.

Ahora resulta que, en 1989, seis días antes de la apertura de la frontera berlinesa, los camaradas de Moscú reflexionaban acerca de la conveniencia de desmontar ellos mismos el muro antes de que otros lo hicieran. O sobre si no sería oportuno que el jefe del Gobierno de la RDA, Hans Modrow, aun siendo miembro del SED-PDS [el partido comunista de la RDA], se infiltrara en el SPD del Este, como su futuro líder, por supuesto. Y también nos enteramos de cómo al final Cherniáyev pedía desesperado a su jefe que dejara de oponerse de una vez por todas al ingreso en la OTAN de la Alemania unificada.

Esta colección de actas ha sido editada por la Fundación Gorbachov, con sede en Moscú. Cherniáyev, que ha cumplido ya 85 años, ha sido quien ha dirigido la labor de compilación. Este hombre, que antes de ser nombrado asesor por Gorbachov en 1986 había trabajado durante 20 años al servicio de la sección internacional del Comité Central del PCUS, ha llevado un diario de todo cuanto ocurría y probablemente cuando más celo ha derrochado tomando notas taquigráficas ha sido en las reuniones del Politburó o en los encuentros con otros jefes de Estado.

Los papeles moscovitas sacan a la luz cómo los sóviets ignoraron deliberadamente al canciller alemán durante casi dos años alegando que "Helmut Kohl tiene que aprender la lección".

Hubo que esperar al verano de 1987 para que comenzara el deshielo con una conversación de Gorbachov en Moscú con el presidente de la RFA, Richard von Weizsäcker. Inmediatamente después, el líder del Kremlin recibía la aprobación del Politburó para poner en marcha un "gran diálogo" con Bonn. Pero hay otro motivo que explica este giro en redondo: "No podemos dejar la RFA en manos de Honecker", el máximo dirigente de la República Democrática Alemana. Gorbachov y Honecker no tienen mucho que decirse.

En octubre de 1988, Kohl se presenta en Moscú. Su entrada en escena supone la derrota para Honecker. Durante años, Gorbachov había observado con recelo cómo el jefe del Partido Socialista Unificado Alemán (SED) dirigía una westpolitik independiente intentando tomar distancia de los rusos. Kohl es lo suficientemente profesional como para aprovechar las crecientes diferencias. Se queja constantemente del testarudo de Berlín Este y se presenta ante Gorbachov como su verdadero homólogo alemán. Ello se demuestra en junio de 1989, durante la visita a Bonn del jefe del partido soviético. "Honecker no muestra ningún tipo de inclinación hacia los cambios o reformas", dice a Kohl. No podrá creer la reacción que hubo aquí cuando se supo que la RDA había prohibido la distribución de la revista soviética Sputnik. Todos se reían. Pero yo no estaba con ánimo para reírme. Le digo abiertamente que ahora nosotros entendemos a Moscú mucho mejor que a Berlín y lo sentimos infinitamente más cerca. Pero no haré nada que pueda desestabilizar la situación.

Gorbachov, el gran estratega, escurre el bulto. No quedan ni cinco meses para la gran cita en Berlín Este.

Estamos a 5 de octubre de 1989, es jueves. Anatoli Chernáyev escribe en su diario: "M. S. [Gorbachov] vuela mañana a la RDA con motivo del 40º aniversario. No está en absoluto con ánimo para ello. (...) Hoy han salido 20.000 personas a la calle en Dresde. Ayer, otras tantas en Leipzig".

Gorbachov no quiere, pero finalmente vuela a su destino. Honecker, convaleciente de una grave enfermedad, lo recibe en el aeropuerto de Schönefeld con un beso fraternal.

El líder soviético vuelve a casa muy preocupado. Es imprevisible lo que puede pasar con la RDA. Sólo hay una cosa segura: los rusos se verán arrastrados por la vorágine. Dos días después de la visita a Berlín, los rusos tienen claro que habrá un tema prioritario: la reunificación.

Gorbachov también deja de confiar en su nuevo amigo, Helmut Kohl, de quien sospecha que llevará las cosas al extremo en la RDA a sus espaldas. Percibe la inquietud en Occidente, incluso en los estadounidenses. "La Unión Soviética va a oficiar de padrino en la reunificación alemana", protesta Gorbachov ante Willy Brandt, presidente de honor del SPD, cuando éste llega a Moscú poco después.

El tiempo avanza mucho más rápido de lo que uno se figura detrás de los muros del Kremlin. Ciertamente, hace tiempo que los expertos en la cuestión alemana tienen el muro de Berlín en la mira. ¿Pero no es esto innecesario cuando Egon Krenz, sucesor de Honecker, quien entre tanto había sido destituido, se muestra resignado? El 1 de noviembre, en su primera visita al Kremlin tras la toma de posesión del cargo, Krenz declara a Gorbachov lo siguiente: "Estamos tomando medidas en contra de una irrupción en masa en el muro de Berlín. Habrá policía. Si hubiera intentos de abrirse paso hacia el Oeste, nos encontraríamos en una situación muy delicada. En ese caso tendríamos que declarar el estado de excepción. Pero pienso que no se llegará a tales extremos".

Pero los rusos no están tan seguros de eso; tampoco quieren seguir depositando más su confianza en Krenz. Kriuchkov no tiene aún una respuesta. Entonces interviene el ministro de Asuntos Exteriores, Eduard Shevardnadze, el hombre "con olfato para lo nuevo", y dice algo que en esa reunión suena monstruoso: "Haríamos bien en derribar el muro nosotros mismos".

Propone una idea que sus colegas encuentran desacertada. Sin embargo, Gorbachov da a entender que la RDA ya no se puede sostener sin la ayuda de Bonn. En aquel momento quedan aún seis días hasta que en efecto se abra la frontera, gracias a una torpe maniobra de los propios camaradas del SED. Este antecedente del Politburó moscovita explica quizá por qué entre las cuatro potencias victoriosas es precisamente la Unión Soviética la que acepte con tanta serenidad el dramático desmoronamiento de la autoridad comunista en la RDA que comienza el 9 de noviembre.

En la hora de la verdad, el 26 de enero de 1990, varios miembros del Politburó y asesores celebran una reunión secreta que se prolonga durante cuatro horas en el edificio del Comité Central, en la plaza Vieja de Moscú. Kriuchkov, el jefe del KGB, apunta que se podría descartar tanto al primer ministro de la RDA, Hans Modrow, como al SED. El primer ministro Rischkov también considera a la RDA irremediablemente perdida. ¿Qué hace entonces? Kriuchkov, experto en cuestiones de infiltración, sugiere, junto con el asesor Yakovlev, que Modrow, el hombre del SED, se cuele como líder del recién fundado SPD de la Alemania Oriental. Pero todos saben que ya sólo se puede ejercer influencia a través de Bonn.

Las conversaciones con Kohl ya no versan más que de dinero, puesto que la situación en el reino soviético está fuera de control; sin los créditos procedentes de Occidente, Gorbachov no puede mantenerse a flote. Sólo en un tema sigue ofreciendo resistencia: no quiere bajo ningún concepto que la Alemania unificada pase a ser miembro de la OTAN. Así, el 4 de mayo de 1990, Chernayev, su mano derecha, le escribe una nota reveladora:

"Mijaíl Sergueiévich: Es evidente que Alemania formará parte de la OTAN. Y nosotros no contamos medios para oponernos a eso. ¿Y para qué querríamos alcanzar un tren que ya ha salido, si es indudable que ya no podemos saltar hasta la locomotora? Ni los carros blindados, ni los obuses del Ejército emplazado en la línea Oder-Neise, en el Elba o en cualquier otro sitio, tienen ya influencia alguna sobre la seguridad real de la Unión Soviética. Mijaíl Sergueiévich, usted dice que si se admite a la Alemania unificada en la OTAN, vamos a detener el proceso de Viena y las negociaciones sobre las armas nucleares estratégicas. Pero esto sería un golpe mortal a toda la política del nuevo pensamiento".

Gorbachov resiste dos meses. Entonces se reúne con Kohl en el Cáucaso. Moscú pierde en la carrera por la reunificación alemana. No obstante, triunfa el realismo de Gorbachov.

© Der Spiegel

MOSCÚ, 3 DE NOVIEMBRE DE 1989. Seis días antes de la caída del muro. Discusión en el Politburó...

KRIUCHKOV (jefe del KGB). Mañana saldrán a la calle 500.000 personas en Berlín y en otras ciudades...

GORBACHOV. ¿Crees que Krenz se podrá mantener? Sin la ayuda de la RFA no podemos sostenerla [la RDA] de ningún modo.

SHEVARDNADZE (ministro de Exteriores). Haríamos bien en derribar el muro nosotros mismos.

KRUICHKOV. Si lo derribamos, los alemanes del Este lo tendrán muy difícil.

GORBACHOV. Occidente no quiere la reunificación de Alemania, lo que quiere es evitarla a través de nosotros, nos quiere inducir a un enfrentamiento con la República Federal para impedir un complot entre la Unión Soviética y Alemania. Nos vamos a mover dentro de un esquema triangular, es decir, un sistema en el que actúan tanto la República Federal de Alemania como la RDA, pero un sistema abierto.

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