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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El miedo de Musharraf

El retraso de las elecciones en Pakistán se debe al temor a perderlas tras el asesinato de Bhutto

Es el miedo del presidente Pervez Musharraf a perder las elecciones legislativas, tras la ola de simpatía despertada hacia el PPP (Partido Popular de Pakistán) por el asesinato de su líder Benazir Bhutto, lo que le ha llevado a aplazarlas del 8 de enero al 18 de febrero. Aunque pueda parecer sensato ante la situación creada y la ola de protestas generada por ese crimen cuya autoría sigue sin estar clara (Scotland Yard va a colaborar en su esclarecimiento), Musharraf, el gran baluarte de EE UU y de Europa en la zona, no ha dejado nunca de hacer trampas, y ésta es la última de ellas. Arrestó y destituyó en su día a los jueces incómodos del Supremo para poder hacerse reelegir presidente por el Parlamento saliente. Decretó el estado de excepción que sólo levantó el pasado 15 de diciembre, es decir, poco más de tres semanas antes de unos comicios contaminados por tales condiciones. Y ahora los aplaza, aunque sólo seis semanas, consciente de su debilidad. Piensa que así se disipará la simpatía hacia el PPP reforzada por el magnicidio, lo que favorecerá sus opciones.

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El único precio que ha pagado hasta ahora Musharraf en su juego autoritario ha sido tener que renunciar a la jefatura de las Fuerzas Armadas. No es poco, pues, con elecciones o sin ellas, el Ejército, a pesar de la influencia creciente de elementos islamistas en su seno, es la fuerza vertebradora de una sociedad compleja y fragmentada. La clave de lo que ocurra en Pakistán no está tanto hoy en la calle -donde las protestas parecen haber remitido, quizá a la espera de la batalla que se puede desencadenar sobre el recuento de los votos-, sino en las Fuerzas Armadas. Dada la falta de otra estrategia de Musharraf que la de ganar tiempo, nada garantiza que los militares, sobre todo si se ven empujados por la calle, no vuelvan a intervenir, esta vez contra su antiguo jefe. Impulsado por Washington, Musharraf había pactado con Bhutto un reparto del poder ahora imposible: el presidente se ha convertido en un lastre.

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La oposición, la del PPP y la de la Liga Musulmana de Pakistán-N de Nawaz Sharif, unida contra Musharraf, estaba contra ese aplazamiento calificado de "excusas sin fundamento", aunque no le ha quedado más remedio que acatar la decisión y seguir preparándose para las elecciones. Quizá el aplazamiento conceda algo más de tiempo al joven Bilawal, hijo de Bhutto, para consolidarse al frente del PPP.

Cuando era primera ministra con Musharraf al frente del Ejército, Bhutto impulsó el programa para dotar a Pakistán de la bomba y apoyó a los talibanes afganos. A pesar de ello, Musharraf y ella llegaron a convertirse en los dos alfiles en los que últimamente se apoyaba Occidente temeroso, con razón, de que lo que ocurra en un Pakistán donde la inestabilidad ha aumentado tras el asesinato suponga una convulsión en toda la zona, incluido Afganistán.

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