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Entrevista:MONTSERRAT CABALLÉ | Soprano

"Oír los primeros compases de un aria me sitúa en otra dimensión"

La cantante, que es homenajeada con un concierto y una exposición por el 50º aniversario de su debut en el Liceo, explica los secretos de su técnica y desmiente que vaya a retirarse al cumplir los ochenta, dentro de dos años

El Liceo celebra sus bodas de oro con la soprano a la que más debe y que vio comparecer sobre sus tablas el 7 de enero de 1962 para el estreno español de la ópera Arabella, de Richard Strauss. Fue el coup de foudre. Desde entonces Montserrat Caballé ha mantenido una fidelidad con el teatro a prueba de bomba, muy especialmente en la crítica década de los setenta, cuando los espectáculos languidecían pero los repartos se mantenían a un buen nivel sobre todo gracias a su tirón internacional. Pero a la soprano, de 78 años, todo este trajín del cincuentenario se diría que la tiene un tanto superada.

Pregunta. La velada de anoche se titulaba Otra noche con Montserrat Caballé. ¿No es un título en exceso modesto, cuando lo que se celebra es su medio siglo de relación artística con el Liceo?

"Siendo estudiante escuchaba las óperas desde el quinto piso"
"Les digo a mis alumnos que aprieten como si fueran al lavabo"
"Canté 'Norma' en La Scala, con lo que suponía hacerlo después de Callas"
"En la ópera nunca se ha hecho todo. Los archivos están llenos de música"
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Respuesta. ¿Sabe qué ocurre? Que yo ya celebré en 2009 el cincuentenario de mi carrera con varios recitales. Cuando estrené aquella Arabella en el Liceo yo ya era una cantante profesional. Acabados mis estudios, en 1955 me fui a Basilea, donde estuve tres años montando repertorio. Mi debut profesional tuvo lugar en ese mismo teatro al año siguiente, el 17 de noviembre de 1956, cuando canté la Mimí de La bohème, sustituyendo a la titular. Pero mi consolidación llegó en 1959, cuando canté la Elvira del Don Giovanni en Viena y de Basilea pasé a formar parte de la plantilla de la ópera de Bremen. De modo que para mí las celebraciones del cincuentenario quedan ya un poco lejos. Dicho esto, el homenaje del Liceo me hace mucha ilusión, porque en efecto ahora se cumplen mis bodas de oro con el teatro.

P. Sin embargo, no era aquella la primera vez que pisaba el escenario de la Rambla.

R. Pocos lo saben, pero la primera vez fue en 1955, con motivo del final de curso del Conservatorio. Interpretamos una cantata, titulada Il ciarlattano, de Carissimi. Yo cantaba en el coro. No es que pueda considerar esa actuación como mi debut, pero para mí, que siendo estudiante escuchaba las óperas desde el quinto piso y soñaba con pisar algún día aquel escenario, fue muy importante.

P. Usted tuvo un periodo de formación muy dilatado, que contrasta con lo que ocurre hoy en día: los cantantes abordan papeles importantes apenas concluida su etapa de estudiantes.

R. Yo estuve cuatro años como principiante, preparando repertorio. Entre Basilea y Bremen llegué a aprenderme 42 primeros papeles: entre ellos, Salomé, Aida, Tosca, la Elsa de Lohengrin, la Pamina de La flauta mágica, la condesa de Las bodas de Fígaro... Cada semana cantaba hasta tres óperas diferentes, me convertí en la soprano lírica de plantilla, junto con la soprano dramática y la de cloratura.

P. Con el tiempo las clases magistrales las ha dado usted. ¿Qué enseñanza principal inculca a sus discípulos?

R. Trato de que aprendan la técnica de arquitectura del sonido, como la llamo en mis clases. No se trata de enseñar a cantar la partitura, de decir esto no tienes que hacerlo así sino asá, cuanto de enseñar a producir el sonido. Mi consejo siempre es el mismo: no fuerces la voz cuando afrontes un pasaje difícil, espera a que suba el aire desde abajo, empújalo desde los músculos abdominales, no desde el diafragma, que no es más que una membrana y no aguanta, no tiene fuerza suficiente. Aunque no quede muy fino, lo que les digo a mis alumnos es que aprieten como si fueran al lavabo y tuvieran dificultades para evacuar: hace reír, ya lo sé, pero le aseguro que me captan de inmediato. Solo así consiguen que el diafragma suba, que presione los pulmones y el aire salga como debe. Luego se tratará de aprender a regular ese aire, convertido ya en sonido, pero la base, que es lo más importante, ya está puesta.

P. Aparte de aquella Arabella de hace ahora 50 años, ¿qué otro momento clave destacaría en el Liceo?

R. La Norma de 1970, sin duda. La había estrenado dos años antes en París, pero aquellas habían sido unas funciones difíciles, pues había huelgas en el teatro. Dos años después del Liceo la canté en La Scala, con todo lo que suponía hacerlo después de la Callas.

P. Recientemente ha salido en los papeles que usted se retiraría cuando cumpliera los 80, es decir, de aquí a dos años.

R. Yo no lo dije. Lo que dije fue que seguiría cantando hasta que no sienta que hago el ridículo. Y si eso ocurre cuando cumpla los 80, pues lo dejaré entonces. Naturalmente, el titular de todos los medios del día siguiente fue que me retiraría a los 80 años.

P. Lo sorprendente es que no considere que ya lo ha hecho todo en la ópera.

R. Nunca se ha hecho todo. Los archivos están llenos de música maravillosa olvidada. Este año que empezamos, por ejemplo, se celebran los 100 años de la muerte de Massenet. Pues bien, tiene unos lieder maravillosos que voy a incluir en mis próximos recitales.

P. De modo que aún le quedan ganas de actuar.

R. Es que cuando salgo a escena me transformo. Oír los primeros compases de cualquier aria me coloca en otra dimensión. No sé cómo explicarlo.

Montserrat Caballé, en la inauguración de la exposición sobre su trayectoria en el Liceo.
Montserrat Caballé, en la inauguración de la exposición sobre su trayectoria en el Liceo.CARLES RIBAS
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