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¿Demasiado inteligentes?

La tecnología propone reconstruir la ciudad del futuro en torno a su visión de eficiencia. Su poder creciente levanta algunas suspicacias

Cristina Galindo
Los móviles han facilitado el desarrollo de la ciudad inteligente. En la imagen, peatones en el centro de Bucarest.
Los móviles han facilitado el desarrollo de la ciudad inteligente. En la imagen, peatones en el centro de Bucarest. Akos Stiller (Bloomberg)

La tecnología ha moldeado históricamente la vida de las ciudades. El telégrafo, las redes eléctricas, los trenes… Lo que más ha influido hasta el momento en su transformación es el coche, convertido en los años treinta en un símbolo de libertad personal en torno al cual se organizó la sociedad. Ahora, las nuevas tecnologías de la información están produciendo otro gran cambio: las llamadas ciudades inteligentes prometen optimizar la climatización de los edificios, incrementar la relación con los ciudadanos, mejorar la gestión del tráfico y, en general, más eficiencia. ¿Cómo es la vida en estas ciudades? ¿Qué papel juegan sus habitantes?

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La aplicación de la tecnología en las urbes se ha convertido en uno de los temas de moda y los pensadores urbanos lanzan mensajes de cautela. “Estamos dando rienda suelta a poderes capaces de medir el mundo a un altísimo nivel de detalle. Y cada vez está más claro que nadie sabe realmente cómo vamos a gestionar esos poderes”, advierte Anthony Townsend, profesor de Urbanismo de la Universidad de Nueva York y autor de Smart Cities: Big Data, Civic Hackers, and the Quest for a New Utopia. “El boom de las ciudades inteligentes se debe a que el mundo está urbanizándose más rápido que nunca y, al mismo tiempo, Internet está ya en todas partes. Las tecnologías de la información nos ayudan a buscar soluciones cada vez más creativas. ¿Cómo gestionar la basura, el tráfico? ¿Cómo controlar las calles?”, añade en una entrevista telefónica Townsend, que considera que no se ha dedicado el tiempo suficiente para analizar el impacto de estas supuestas ventajas.

En el nuevo inframundo tecnológico urbano, los avances son a veces invisibles. Los habitantes no siempre son conscientes de dónde están las cámaras, qué están grabando o si están equipadas con algoritmos capaces de identificar caras. En el centro de control del Ayuntamiento de Río de Janeiro, un gigantesco muro de pantallas controla en tiempo real transmisiones de vídeo que llegan desde estaciones de metro e intersecciones importantes. Información sobre el tiempo, accidentes, incidencias, actos delictivos… Townsend advierte de que el potencial tecnológico constituye una arma de doble filo y que hay que asegurarse de que se trata de sistemas transparentes.

El mercado de las ciudades inteligentes es además multimillonario, lo que lleva a algunos a pensar que se trata, principalmente, de un negocio. El diseñador urbano Adam Greenfield considera, en su libro Against the Smart City, que “la noción de ciudad inteligente parece haberse originado dentro de las empresas más que en un partido político, grupo o individuo reconocido por sus contribuciones a la teoría o la práctica de la planificación urbana”.

“Damos rienda suelta a poderes capaces de medir el mundo a un alto nivel de detalle”, afirma Townsend
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El potencial de la tecnología para las metrópolis es enorme. Sensores que encienden y apagan las luces de un edificio al paso de las personas de forma automática; controlan cada cuánto se llena un contenedor de basura, para que el camión pase a recogerla solo cuando sea necesario, y que localizan plazas de aparcamiento libres. Dos de los ejemplos más extremos son Masdar, en Abu Dabi —creada de la nada sobre la base de la tecnología: está abastecida por energía solar y su objetivo es ser totalmente autosuficiente — y Songdo, en Corea del Sur, una nueva urbe que usa software y sensores para optimizar sus funciones.

Un caso destacado español es Vitoria, que obtuvo el reconocimiento de capital verde europea en 2012 gracias, entre otros, a un sistema de riego que tiene en cuenta si ha llovido y detecta rápidamente las averías para evitar pérdidas de agua; o una aplicación que recoge comentarios y sugerencias geolocalizadas de sus habitantes y posibilita, según sus promotores, una mayor respuesta del Ayuntamiento. En Madrid, entre otras cosas, se ha desplegado un sistema que permite a los ciudadanos comunicar de forma inmediata problemas en las vías, como árboles caídos, pavimento deteriorado y un columpio roto en un parque. “Se trata de facilitar la vida al ciudadano advirtiéndole, por ejemplo, de que hay atascos en una calle para que busque una alternativa”, explica Olga Blanco, responsable de consultoría para ciudades inteligentes de IBM en España. Otras empresas punteras son Cisco, Microsoft y Siemens.

Sistema de transporte automatizado de Masdar.
Sistema de transporte automatizado de Masdar.

La posibilidad de conseguir una gestión eficiente y rápida es, evidentemente, un avance. Pero el urbanista británico Dan Hill considera que lo que el mundo necesita es una nueva visión sobre cómo las instituciones de la ciudad tradicional deben adaptarse a un sociedad cada vez más contectada. Para él sigue siendo tan vigente como hace 50 años el aforismo de del arquitecto Cedric Price: “La tecnología es la respuesta, pero ¿cuál era la pregunta?".

“Las ciudades no solo tienen que ser inteligentes, sino ecológicas y democráticas”, opina el arquitecto-urbanista Jon Aguirre Such, socio de la oficina de innovación urbana Paisaje Transversal. “Hay que conjugar los intereses de las empresas, las Administraciones locales y la ciudadanía para conseguir una perspectiva integral”, advierte. Su estudio ha diseñado el Laboratorio Urbano Abierto de Zaragoza, desde el que se han generado soluciones en materia de eficiencia energética, movilidad sostenible y comercio local. Iniciativas similares se están poniendo en marcha en las principales ciudades del mundo.

En el futuro, los tecnófilos más visionarios sueñan con urbes sin conductores (coches eléctricos que van solos) y autobuses que circulan por encima del tráfico, para que sea más fluido. ¿Ciencia ficción?

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Sobre la firma

Cristina Galindo
Es periodista de la sección de Economía. Ha trabajado anteriormente en Internacional y los suplementos Domingo e Ideas.

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