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Las municipales en Milán y Nápoles hacen temblar a Berlusconi

Seis millones de italianos eligen hoy y mañana a 88 alcaldes en la segunda vuelta

Más de seis millones de italianos están llamados hoy y mañana a la segunda vuelta de las elecciones municipales y administrativas para elegir las 88 alcaldías y seis presidentes de provincia que no se resolvieron en el primer turno de hace 15 días. Las citas decisivas entre los dos candidatos más votados se juegan en Milán (un millón de electores censados) y en Nápoles (800.000), y, en menor medida, en Cagliari y Trieste. Los malos resultados de la primera vuelta, la caótica campaña que ha hecho en estos 15 días el centro derecha, y la creciente división de la alianza de Gobierno hacen prever grandes dificultades para los candidatos que apoya Silvio Berlusconi.

El viernes, durante el cierre de campaña en Nápoles, el primer ministro fue más silbado que aplaudido, y declaró que incluso "en caso de perder" ambas ciudades, "el Gobierno seguirá adelante". La frase significa que Berlusconi espera esta vez lo peor de las urnas, cosa casi insólita en la última década, y se pone la venda antes de la herida. La razón es que el descontento y las grietas en la coalición del Pueblo de la Libertad y la Liga del Norte se han hecho cada vez más duros de resolver.

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Los sondeos que manejan los partidos y algunas webs que sortean la prohibición de publicar encuestas predicen un resultado desastroso para el partido del Gobierno, no muy distinto al sufrido por el PSOE en España hace unos días. Quizá no tan cuantioso en pérdida de votos, pero al menos igual de duro en cuanto a su simbolismo. Parece seguro el descalabro histórico en Milán, ciudad natal de Berlusconi y feudo de la derecha desde que este entró en política en 1994.

El progreso del candidato surgido por sorpresa de las primarias del Partido Democrático, Giuliano Pisapia, es cada vez más neto, y todo hace pensar que ampliará la ventaja del primer turno (casi siete puntos) hasta más de diez, lo que supondría no tanto una derrota como un desgarro personal para Berlusconi.

Y en Nápoles parte como favorito, pese al resultado de la primera vuelta, el que salió como tercero en discordia, el exjuez Luigi de Magistris, candidato de Italia de los Valores, que tras llegar segundo en el primer turno ha logrado unir a todas las fuerzas de oposición, centristas incluidos, contra Ganni Lettieri, el candidato del Pueblo de la Libertad que obtuvo un insuficiente 38,5% y que, según afirman De Magistris y el escritor Roberto Saviano, cuenta con el beneplácito de la Camorra

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A la segunda vuelta de las municipales concurren los dos candidatos más votados en la primera, y en casi todas las ciudades importantes la oposición ha decidido aliarse, olfateando la extrema debilidad de Berlusconi, que parece haber perdido su famosa magia electoral y que tras convertir la primera cita en un plebiscito sobre su persona y su Gobierno, achaca ahora los malos resultados a unos "candidatos débiles" y a la confusión que producirían en los votantes "unas papeletas grandes como sábanas".

Nervios y miedo

El primer ministro se ha mostrado estos días muy nervioso, casi aterrorizado. Sabe bien que si los electores le dan la espalda, y la Liga del Norte se ve arrastrada al pozo con él, el Ejecutivo estará en serio peligro. Por otro lado, el voto popular ha sido siempre la gasolina que ha utilizado Berlusconi para atizar su guerra sin cuartel contra los jueces. Quizá por eso, el viernes, durante la cumbre del G8 en Deauville, Berlusconi protagonizó un momento insólito al abordar al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, para explicarle que "Italia está sufriendo una dictadura de los jueces comunistas".

El asombro de Obama fue absoluto, y según mostraron las imágenes ni siquiera se dignó contestar. De vuelta a casa, al ser censurado por la oposición por atacar al país y a sus instituciones en un foro internacional, Berlusconi replicó que había contado a todos los líderes que "los jueces italianos son una patología", y que querían incluso debilitar su patrimonio "con sentencias infundadas", y añadió que no dejará el Gobierno hasta que esté lista "la reforma de la justicia".

Ayer, el primer ministro se retiró a su famosa mansión de Villa Certosa, en Cerdeña. La sensación general que dejó atrás es que ha comenzado el principio del fin del berlusconismo, y que una nueva era está naciendo. Quizá el proceso será largo, porque en Italia las cosas (cualquier cosa) se toman su tiempo, y porque Berlusconi mantiene, todavía, si bien a golpe de tránsfugas, una mayoría parlamentaria suficiente para navegar a vista.

Pero eso podría cambiar en cuestión de horas. Sobre todo, si sus propios conciudadanos milaneses y la burguesía industrial del norte abandonan al líder que les ha representado en estas dos décadas, si la Iglesia no mueve un dedo por defenderle, y si Nápoles repudia a la derecha. Y las cuatro cosas, aunque todavía no se vean bien, han sucedido ya o están muy cerca de hacerlo.

¿Y después?

Las incógnitas por resolver, en todo caso, son numerosas. Si gana Pisapia en Milán y De Magistris en Nápoles, y a ellos se les suma el vendoliano Zedda en Cagliari, el mensaje de los electores al remolón aparato del PD será tan contundente como el que envíen a Berlusconi. Los tres favoritos son ajenos al partido y encabezan listas cívicas con ideas bastante más progresistas de lo que sueña plantear la oposición a escala nacional. La necesidad de girar a la izquierda, que ya ayudó a Romano Prodi a ganar dos elecciones, volvería pues a plantearse con toda crudeza en el PD. Pero Massimo D'Alema parece mucho más dispuesto a cortejar a los democristianos que a ceder espacios de poder al ala izquierdista.

Quizá esto signifique que la hora del relevo generacional que se anuncia en la derecha ha sonado también para la ajada cúpula del Partido Democrático. Pero tratándose de la resabiada y bronca clase política italiana, tampoco cabe descartar, ni a un lado ni a otro, que la necesaria renovación derive en una balcanización de los dos grandes partidos o en una nueva orgía perpetua de luchas intestinas, fango y chantajes.

Giuliano Pisapia, el pasado febrero en Milán.
Giuliano Pisapia, el pasado febrero en Milán.VITTORIO Z. CELOTTO (GETTY)

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