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Reportaje:

La agonía del último déspota haitiano

Jean Bertrand Aristide abandonó su país bajo escolta militar de EE UU y vigilado como un preso, según un criado de palacio

Juan Jesús Aznárez

El jefe del ex partido oficial, Jonas Petit, jura que entre gallos y medianoche del pasado domingo, Estados Unidos apuntó a la sien del presidente Jean Bertrand Aristide con un trabuco pirata: "Tiene usted dos opciones: quedarse y ser capturado y posiblemente asesinado, sin que podamos hacer nada, o aceptar la renuncia y salir del país con nuestra ayuda". La tenaza diplomática se cerró hasta transformarse en un tercer grado imposible de aguantar, según la reconstrucción más verosímil de la pesadilla padecida por Aristide en su mansión de Puerto Príncipe.

"Si esta noche mi renuncia es la decisión que puede evitar un baño de sangre, estoy de acuerdo en irme, con la esperanza de que habrá vida y no muerte", justificó el gobernante en su mensaje de despedida, probablemente escrito con apuntadores. Las versiones sobre la agonía del último déspota antillano son contradictorias, pero independientemente de los apremios de Washington y París, supo que su permanencia era difícil porque la soldadesca rebelde no encontró resistencia a su paso y preparaba el asalto final a sólo 40 kilómetros de la capital. Casi ahuyentada a gritos, la policía había abandonado casi todas las comisarías.

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El ex cura de la Teología de la Liberación dijo haber sido forzado a salir de Haití por los infantes de marina estadounidenses y el temor a un baño de sangre de compatriotas. "Me obligaron a irme", reiteró desde el exilio un hombre que ha mentido frecuentemente. Salió de su patria bajo escolta militar y vigilado como un preso, según un criado que se dijo testigo. Los mercenarios blancos encargados de su protección, norteamericanos y británicos, fueron convidados de piedra en la ceremonia de la confusión que rodeó su derrocamiento. Seis guardaespaldas negros le acompañaron hacia el exilio.

Un pelotón de diplomáticos y marines había llegado de madrugada a la residencia del presidente, después de establecer patrullas en el Palacio Nacional y el aeropuerto internacional, con pocas opciones: la fundamental, según la información disponible, consistió en firmar la renuncia argumentando que la aceptaba para evitar una matanza. Caso contrario, le habrían dicho durante los dos últimos días de la pinza, su vida corría peligro o sería sometido a juicio por el asesinato de opositores y narcotráfico, según la incriminación de un capo haitiano sentenciado en Miami a 27 años de cárcel.

"Se trató de un golpe de Estado moderno, con un secuestro moderno", declaró a la cadena CNN. La versión de Luis G. Moreno, segundo en la Embajada de Estados Unidos desde hace dos años y medio, es otra: la renuncia fue tensa, pero aceptada sin brusquedades. Hacia las 4.30 del domingo, su embajador, James Foley, le ordenó acercarse a la residencia de Aristide para recoger de sus manos la carta de renuncia, que supuestamente ya estaba lista. "Hablamos en español como siempre y dije: 'Entiendo que usted tiene una carta para mí", relató Moreno a corresponsales extranjeros. "Le doy mi palabra, le daré la carta. Usted sabe que siempre mantengo mi palabra".

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El diplomático apresuró su entrega porque los disturbios y el caos dominaban Puerto Príncipe: bandas de chimeres oficialistas saqueaban y asesinaban en sus calles mientras las huestes del comandante Philippe amagaban con asaltarlas. El grupo del presidente partió entonces hacia el aeropuerto en tres automóviles, Aristide y su esposa en uno, Moreno y un funcionario en otro y los guardias estadounidenses y haitianos, en un tercero. Un avión norteamericano volaba a esa hora hacia Haití. "Señor presidente, con todo respeto, el avión está a sólo 20 minutos, realmente necesito la carta", urgió el consejero político de la legación estadounidense.

El presidente la sacó del bolso de su esposa, una abogada de origen haitiano y nacionalidad estadounidense, a la que conoció en su penúltimo exilio (1991-1994). "Nadie lo amenazó o lo coaccionó, fue todo muy cordial y amable", subrayó Moreno. Las presiones políticas de Estados Unidos y Francia sobre el Palacio Nacional venían de días atrás y eran progresivamente imperativas. Aristide conoció, a las nueve de la noche del sábado (hora local) que su integridad física era precaria y solicitó la ayuda de Washington después de haber consultado con su esposa, según fuentes oficiales norteamericanas.

Colin Powell, secretario de Estado, recibió una llamada suya demandando garantías para él, sus ministros y sus propiedades. Le dijo que sí. La mansión de Aristide, sin embargo, era saqueada el lunes. El comandante Guy Philippe y los ex militares de la dictadura del general Raoul Cedrás (1991-1994) que lo expulsaron a tiros pedían ayer el restablecimiento del Ejército, disuelto a finales del año 1994.

SCIAMMARELLA

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