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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Enfangados

La dinámica bélica desborda constantemente las tareas de reconstrucción civil en Afganistán

Los dos últimos sucesos armados ocurridos en Afganistán simbolizan dramáticamente los problemas de fondo subyacentes a la intervención internacional, sus déficit y los interrogantes que plantean.

En primer y destacado lugar está la matanza de civiles acaecida en el norte, durante la madrugada de ayer, por un bombardeo de la OTAN, que se suma a anteriores dramas similares, que han producido desde enero un millar de víctimas civiles. Cierto que los rebeldes se protegen con escudos humanos; que en esas circunstancias resulta casi imposible discernir, más aún desde el aire, quién lleva uniforme y quién no; y que la primera obligación de un mando militar estriba en mantener la seguridad de su propia tropa. Pero también lo es que los ejércitos modernos deben estar preparados para evitarlo. En caso contrario, pierden legitimidad a raudales.

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Sobre todo porque resulta un contrasentido intervenir militarmente bajo el designio de favorecer a una ciudadanía y que luego en la práctica eso se traduzca en diezmarla. Los afganos jamás darán colchón político a una operación combinada como la Libertad Duradera de Estados Unidos y de la ISAF a cargo de la OTAN si ésta arroja semejantes resultados, que otorgan lamentable coartada a la insurgencia talibán.

Pero en segundo lugar, hay que analizar, por su significado político, el serio incidente que enfrentó el jueves a un grupo organizado de hombres armados con las tropas españolas, y que acabó con 13 muertos de entre los primeros. Aunque España, como parte de la ISAF, no esté jurídicamente en guerra, antes bien en una actuación pacificadora, sí hay quien está en guerra contra las tropas españolas. La rebeldía -sean delincuentes, talibanes o una mezcla de ambos-, reactivada durante los últimos meses en la zona de control hispano, acarrea una pérfida lógica guerrillera: destruir lo que fuerzas y cooperantes internacionales tratan de poner en pie, como la estratégica carretera de Qal-i-Naw a Herat. La incógnita reside aquí en si la dinámica reconstructora gana la mano o pierde pie frente a las milicias del fanatismo. La realidad abona más bien la opción pesimista, como ha demostrado la debilidad de las infraestructuras físicas y políticas revelada en las recientes elecciones.

Estos sucesos interrogan gravemente a la sociedad internacional, y por tanto a los españoles, sobre el fin último y el desarrollo cotidiano de su intervención. Lo mejor que de ella puede decirse es que, amparada por la ONU, es legítima y legal a la luz del Derecho internacional. Lo mejor, y por desgracia casi lo único bueno, pues los grandes objetivos están enfangados: la pretensión de construir un Estado democrático contrasta, tras cinco años, con la inexistencia, siquiera, de Estado, pues el país sigue siendo pasto del tribalismo. El combate contra el terrorismo internacional en uno de sus nidos apenas arroja resultados positivos: quizá fuera mejor concentrarse en la zona limítrofe con Pakistán.

EE UU ha corregido dos veces su propio enfoque de la operación bajo la Administración de Obama cuando ésta todavía no lleva un año. Ambas correcciones pretenden una mayor implicación internacional mediante contribuciones a la carta, y la última, patrocinada por el general McChrystal, enfatiza los aspectos civiles y políticos, y abona un incremento de tropas con una estrategia más contrainsurgente que militar. Puede que sean sensatas. Pero seguro que insuficientes. Dos imperios, el británico y el ruso, han sido derrotados y expulsados antes de estas tierras. No estamos lejos de la guerra crónica y sin rumbo, como fue la de Vietnam. Quizás habrá que irse; pero a la vez, no se puede abandonar este país martirizado en manos del caos guerrillero. En todo caso, la situación de Afganistán exige replantear las cosas a partir de cero.

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