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La protesta social en Francia

Marsella encabeza el malestar francés

Las demandas sectoriales convierten la ciudad en vanguardia de la protesta

Andrea Rizzi

El hedor de la basura que se pudre en las calles de Marsella tras 10 días de huelga de los recogedores hiere, pero es claramente otra la descomposición que preocupa a los marselleses: la del Estado de bienestar. Mientras la cuestión de las pensiones monopoliza la atención mediática, entre la ciudadanía es recurrente la idea de rebelión ante lo que perciben como el fin del proyecto de cohesión social que ha regido las sociedades europeas en las últimas décadas. Marsella enseña, con toda evidencia, los síntomas de un virus que probablemente se incuba en otras partes de Europa.

Aquí, sobre el tronco de la protesta contra la reforma de las pensiones, han florecido numerosas reivindicaciones sectoriales que están poniendo de rodillas a una ciudad históricamente muy sindicalizada y propensa a la agitación. Frente al puerto, se vislumbran las siluetas de los 80 cargueros bloqueados en el mar por las protestas de los trabajadores portuarios, dirigidas contra una ley de privatización del sector. En la ciudad, donde no circulaban ayer autobuses por el bloqueo de los depósitos de combustibles, la basura se acumula por una protesta que une a la lucha general también reivindicaciones salariales. Otros sectores, como los empleados de Hacienda, están en pie de guerra en Marsella por cuestiones específicas.

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Más allá de la reforma delas pensiones

"Francamente, no estoy seguro de que todo lo que está pasando en Francia sea por lo de las pensiones. Me parece más bien que es el elemento que hizo estallar un malestar muy amplio. La gente ve que se abre la brecha social entre clases, ve que la red de protección se agrieta, y siente que pagan siempre los mismos", dice Roland Graille, biólogo marino de 48 años, en la céntrica Rue de la Canabière. A su lado, Alexis Casimiri, marino de 35, interviene: "Deberían explicar por qué encontraron miles de millones para salvar a los bancos, y ahora donde hay que ahorrar es con las pensiones de los trabajadores", dice. "Esto va a estallar", añade.

Mientras hablan, fuerzas de la Seguridad Civil empiezan a recolectar basura en camiones militares. Es una medida simbólica: solo son 150 para un área con 1,5 millones de habitantes. A escasos metros, Patrick Rué observa a los agentes con mirada desafiante. Plantado como un roble en la acera, ojos claros, voz bronca, el dirigente sindical de Fuerza Obrera, una central bastante radical, asegura con tono duro: "Estos no romperán la huelga, claro está". Por la mañana, el mismo Rué había liderado el bloqueo de dos túneles de acceso al centro de Marsella. ¿Temor a que la protesta degenere? "Controlamos la situación. Pero hacen de todo para provocarnos", responde.

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Y el aire que sopla no es del todo calmo. Los contenedores arden por la noche, y con ellos algunos coches. Hubo disturbios en un liceo. Significativamente, la sede de la central CGT tenía ayer su puerta de acceso bien cerrada, y custodiada por siete u ocho señores de los que ninguno parecía pesar menos de 90 kilogramos. En el interior, Mireille Chessa, secretaria general de la CGT en la provincia, coincide: "El asunto de las pensiones ha aglutinado una constelación de motivos de protesta. La gente está harta".

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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