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Crónica:TOUR 2008 | Segunda etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

Días duros en Bretaña

Valverde, condenado a llevar el amarillo un día más, espera dejarlo temporalmente mañana en la contrarreloj

Carlos Arribas

La rabia, corolario de la frustración, se resume en un propósito, en una declaración. "No seré nunca nadie, pero nadie será nunca como yo". La lleva tatuada, en italiano, en un brazo, Filippo Pozzato, el niño bonito del ciclismo italiano, que vive horas bajas. Lo grita enseñando el brazo y sonriendo, complacido, ante los ceños de extrañeza y los fruncimientos de frente, señal de reflexión, con que lo reciben sus colegas, pero lo contradice pedaleando. Lo contradijo ayer mostrándose como todos, como uno más de aquellos que buscan refugio en el pasado conocido antes que arriesgarse en lo desconocido.

Hace cuatro años, burlando a Pakito Mancebo, Pozzato aprovechó el último repecho de Saint-Brieuc para ganar su única etapa en un Tour; ayer, de regreso a la capital de la costa armoricana, el territorio de Asterix, el guerrero galo que se dopaba para derrotar al invasor romano, Pozzato, que busca equipo para el año que viene, no resistió la tentación. Partió a un kilómetro, como se esperaba, Fabian Cancellara, otro de su generación de jóvenes prodigios poderosos, quien, como marca su estilo, sacó de rueda a todo el pelotón con dos pedaladas secas, dos piñones menos, pero allí estaba, esperando, Pozzato. Esprintó a fondo para coger la rueda del suizo. Lo logró. Aguantó. Y nada. Allí se quedó, haciendo de puente para que el pelotón, lanzado tras la estela verde de los chicos del Crédit Agricole, los engullera, frustrara al suizo y tendiera en bandeja la victoria a Thor Hushovd, el noruego de todos los años.

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La rabia nunca ha movido a un campeón del Tour. La rabia conduce al desasosiego. Bernard Hinault, que es bretón y está disfrutando de lo lindo de estos días de nubes, vientos fríos, chaparrones, a través de paisajes agrarios y carreteras alfombradas de estiércol y marcadas por las ruedas de tractores gigantescos, podría pasar por un ser rabioso. La imagen más imperecedera del ganador de cinco Tours, el primero hace justo 30 años, es la de un joven ciclista con el maillot de campeón de Francia y el puño cerrado, amenazante, la mirada desafiante. Pero lo que guiaba a Hinault era, en todo caso, la ferocidad, hija legítima del orgullo.

Otros, como Eddy Merckx, se dejaban llevar por el capricho. Y por la glotonería del que es incapaz de coger un solo bombón de la bandeja. Para ganar el Tour del 69, el belga se escapó un día simplemente porque le apetecía, porque la carretera estaba ahí, como dijo Hillary del Everest cuando le preguntaron por qué lo había ascendido. Merckx ascendió y descendió, atravesó los Pirineos solito y dejó al pelotón a nueve minutos. Y como pecaba de gula, siguió ganando etapas: el último día, en París, le pusieron todos los maillots disponibles. Por eso, el escalofrío que recorrió al Tour cuando, llegados los últimos kilómetros, un relámpago amarillo iluminó la cabeza del pelotón. Era Alejandro Valverde, conducido por su fiel Luis León. ¿Es que, aparte de caprichoso, como demostró la víspera, cuando se pegó el gusto de asombrar al mundo con su cuesta de Cadoudal, el murciano éste va a ser también glotón? ¿Es que va a querer ganar también la segunda etapa? ¿Es que se cree Merckx? ¿En esto consiste su madurez, su serenidad recobrada?

No, dijo Valverde, a quien el segundo de ventaja del primer día ha condenado a llevar el amarillo un día más, otro día que espera que sea como el primero, "increíble", de baño de masas. No, repitió. No quería ganar la etapa, simplemente quería viajar seguro. "Ha sido un día muy duro. El equipo se ha desgastado mucho". El día fue duro, pese al viento de espaldas que hizo volar al pelotón a más de 40 por hora, porque dos parejas de franceses con espíritu de mosqueteros decidieron adelantar la celebración del 14 de julio. Los inevitables Chavanel y Voeckler se lanzaron casi de salida: fuegos artificiales en busca de una etapa imposible; el inesperado Moreau, que se hizo acompañar de un équipier, lo hizo en el Muro de Bretaña, el lugar mítico del ciclismo de la zona, que ayer recibió al pelotón azotado por la lluvia. Ni unos ni otros consiguieron su objetivo. Su sueño acabó a cuatro kilómetros de meta, cuando se enfrentaron a un muro de viento al que llegaron muertos después de la constante vigilancia del Caisse d'Épargne. El amarillo de Valverde debería durar un día más, hasta la contrarreloj de mañana, en la que Cancellara debería tomar un relevo temporal. "Tranquilos, muchachos", les dijo a sus chicos Eusebio Unzue, director del Caisse d'Épargne; "un día más de trabajo y ya está".

Vídeo: ELPAÍS.com

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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