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Violencia en Afganistán

El traslado de las tropas de EE UU a Irak ha disparado la violencia en Afganistán

Los talibanes multiplican en los últimos meses los atentados contra las fuerzas multinacionales

"No teníamos ni dinero ni soldados suficientes", señala un ex embajador de EE UU en Kabul
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Pero ese escepticismo nunca había calado en Washington. Según dos responsables de los servicios secretos que revisaron los informes, desde la guerra de 2001, los servicios secretos estadounidenses informaban de que los talibanes estaban tan diezmados que ya no eran una amenaza.

La sensación de victoria estadounidense era tan sólida que importantes especialistas de la CIA y las unidades militares de élite que habían ayudado a conquistar Afganistán se habían pasado desde hacía tiempo a la siguiente guerra: la de Irak. Esos crasos errores de cálculo eran parte de una serie de evaluaciones y decisiones que contribuyeron a llevar por mal camino la llamada "guerra buena".

Al igual que Osama Bin Laden y sus adláteres, los talibanes habían encontrado refugio en Pakistán y se reagruparon al variar el centro de atención estadounidense. Los combatientes talibanes volvían a filtrarse por la frontera, y elevaban el número de atentados suicidas y en las cunetas hasta un 25% la pasada primavera, obligando a las tropas estadounidenses y de la OTAN a presentar batalla para recuperar aldeas del sur de Afganistán tomadas en 2001.

Últimamente se han apuntado varios éxitos y, desde la invasión de 2001, se han experimentado mejoras sanitarias, educativas y económicas, así como de calidad de vida en las ciudades. Pero el asediado presidente afgano, Hamid Karzai, decía en Washington la semana pasada que la seguridad en su país se había "deteriorado claramente". Un ex alto cargo de seguridad nacional de EE UU lo denominó "un eufemismo muy diplomático".

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Los detractores de George Bush sostienen desde hace tiempo que la guerra de Irak ha debilitado el esfuerzo de EE UU en Afganistán, algo que el Gobierno niega, pero un examen de cómo ha ido evolucionando la política en la Administración revela la existencia de una profunda división respecto a cómo proceder en Afganistán, y una serie de decisiones que a veces parecieron relegarlo a un segundo plano, a medida que se desarrollaba la guerra de Irak.

En momentos fundamentales de la lucha en Afganistán, la Administración de Bush desvió a Irak los escasos recursos de espionaje y reconstrucción, incluidos equipos de élite de la CIA y unidades antiterroristas. Conforme salían de las cadenas de montaje los avanzados aviones espía Predator, se enviaban a Irak, en prejuicio de la búsqueda de talibanes.

Como secretario de Defensa, Donald Rumsfeld se atribuyó el mérito de derrocar a los talibanes con fuerzas ligeras y rápidas. Pero en una maniobra que presagiaba los problemas en Irak, no previó la necesidad de enviar más fuerzas después de que el antiguo Gobierno hubiera desaparecido, y bloqueó una propuesta inicial de Colin Powell, entonces secretario de Estado, y de Karzai, el presidente escogido por EE UU, para enviar una gran fuerza internacional. Conforme fue deteriorándose la situación, Rumsfeld y otras autoridades convencieron a los aliados europeos de que enviasen tropas.

En lo referente a la reconstrucción, se anunciaron grandes objetivos, se establecieron grandes proyectos. Pero de acuerdo con un estudio de la Rand Corporation, el mismo año que Bush prometía un Plan Marshall para Afganistán, el país recibía menos asistencia per cápita de la que recibieron Bosnia y Kosovo después del conflicto, o incluso que el desesperadamente pobre Haití. Washington ha gastado una media de 2.500 millones de euros al año en reconstruir Afganistán, menos de la mitad de lo gastado en Irak. La Casa Blanca sostiene que la presencia militar en Afganistán se elevó cuando hizo falta y que ahora está en 23.500 soldados. Pero un alto mando estadounidense comentaba que, aunque la fuerza militar aumentó el año pasado, le sorprendió descubrir que "se cuentan con los dedos de las manos el número de expertos agrícolas estadounidenses" en Afganistán, donde el 80% de la economía es agrícola. Un proyecto de 220 millones de euros autorizado por el Congreso para empresas nunca llegó a financiarse.

Según fuentes oficiales, tras muchas de las decisiones está la falsa impresión de lo que los estadounidenses encontrarían sobre el terreno en Afganistán. "Se creía que los afganos odiaban a los extranjeros y que los iraquíes nos recibirían bien", afirma Dobbins, ex enviado especial del gobierno en Afganistán. "Resultó ser al contrario".

La secretaria de Estado, Condoleezza Rice, defendía la política del Gobierno diciendo: "No comparto el argumento de que se haya privado de recursos a Afganistán". Aunque admite: "No pienso que la Administración estadounidense tuviese todo lo necesario para reconstruir un país".

Tres ex embajadores estadounidenses en Afganistán se han mostrado críticos con la actuación de Washington. "Dije desde el principio que no teníamos dinero suficiente y que no teníamos bastantes soldados", asegura Robert Finn, embajador en 2002 y en 2003. "Digo lo mismo ahora".

Zalmay Khalilzad, que fue el siguiente embajador y en la actualidad es embajador estadounidense ante Naciones Unidas, afirmaba: "Me parece que antes se podría haber hecho más respecto a esos temas". Ronald Neumann, que sustituyó a Khalilzad en Kabul, declara: "La idea de que podíamos capturar terroristas sin más y que no teníamos que dedicarnos a reconstruir la nación fue un gran error". Durante su campaña presidencial, Bush había menospreciado la "reconstrucción nacional". Pero consciente de que los afganos se habían sentido abandonados antes, inclusive por el Gobierno de su padre después de la salida de los soviéticos en 1989, prometió evitar el síndrome de "éxito inicial seguido por largos años de titubeos y finalmente fracaso. No vamos a repetir ese error", dijo. "Somos fuertes, estamos decididos, somos incansables. Nos quedaremos hasta que la misión esté cumplida".

El discurso, que recibió poca atención en EE UU, disparaba las expectativas en Afganistán y reforzaba la posición de Karzai en junio de 2002, caundo fue elegido para liderar el Gobierno.

Pero en privado, a algunos altos cargos, Rumsfeld incluido, les preocupaba que Afganistán fuese un laberinto en el que poco pudiese conseguir EE UU, según algunos miembros del Gobierno que participaron en el debate. Pocas horas después del discurso del presidente, Rumsfeld anunciaba en una rueda de prensa del Pentágono su propio punto de vista.

"Lo ultimo que van a oír aquí es a alguien que piense que sabe cómo debería organizarse Afganistán a sí mismo", dice. "Ellos van a tener que averiguarlo. Van a tener que hacerse cargo de la situación y hacer algo. Y nosotros estaremos allí para ayudarles".

Richard Haass, ex director de planeamiento en el Departamento de Estado, decía que sus conversaciones informales con autoridades europeas lo habían llevado a pensar que se podía reclutar una fuerza de paz de 20.000 a 40.000 efectivos, la mitad europea y la mitad estadounidense.

Pero Rumsfeld sostenía que los países europeos no estaban dispuestos a proporcionar más soldados. Rumsfeld creía que el envío de tropas estadounidenses reduciría la presión para que los europeos contribuyesen, y podía provocar la resistencia histórica de los afganos a los invasores y desviar fuerzas de la persecución de terroristas.

Al final, la propuesta de Powell fracasó. "El presidente, el vicepresidente, el secretario de Defensa, todos veían con escepticismo un proyecto ambicioso en Afganistán", dice Haass. "Yo no vi respaldo".Dieciséis meses después del discurso pronunciado por el presidente Bush en 2002, la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional, principal organismo de desarrollo exterior, tenía en Afganistán 7 funcionarios a tiempo completo y 35 miembros contratados a tiempo completo, la mayoría de ellos afganos.

"Fue una reconstrucción en plan barato, como una operación de parcheado", recuerda Said Jawad, jefe de personal de Karzai en aquel momento y actual embajador de Afganistán en Washington. "Fue arreglar las cosas rotas, no un planteamiento estratégico".

Un antiguo alto funcionario del Pentágono explicó que conforme se iban acelerando los planes para acabar con Sadam Husein, unidades de élite como la Delta Force fueron desplazadas de Afganistán a Irak, al igual que el armamento de vigilancia más sofisticado, como los Predator.

El 1 de mayo de 2003, horas antes de que el presidente Bush apareciese ante el lema de "Misión cumplida" en Irak, pronunció un discurso similar sobre Afganistán, aunque pasó inadvertido. "Hemos pasado claramente de un periodo de combate a una fase de estabilidad y reconstrucción", declaró.

En los siguientes meses se produjo un cambio en la política de EEUU hacia Afganistán. Khalilzad llegó a Kabul en el invierno de 2003 con 2.000 millones de dólares y una nueva estrategia, centrada en la reconstrucción. Las cosas iban mucho mejor en 2005, pero entonces, temiendo que Irak estaba fuera de control, Khalilzad fue nombrado embajador en Bagdad.

En septiembre de 2005, los ministros de Defensa de la OTAN decidieron en Berlín hacerse cargo de la seguridad en el volátil sur del país. Era la operación más ambiciosa en la historia de la Alianza. En febrero de 2006, Neumann, el embajador que reemplazó a Khalilzad en Kabul, llegó a la conclusión de que los talibanes preparaban una ofensiva de primavera. Cientos de talibanes cruzaron la frontera hacia el sur del país y establecieron controles, asesinaron a funcionarios y quemaron escuelas. Los atentados suicidas se quintuplicaron. Por primera vez, Afganistán se convirtió en un lugar tan peligroso para las tropas de EEUU como Irak.

El general James Jones, actualmente retirado, señaló que Irak provocó que EE UU se olvidase de Afganistán. "Si no triunfamos allí estamos mandando un mensaje muy claro a las organizaciones terroristas: que EE UU, la ONU y 37 países pueden ser derrotados".

Traducción: News Clip

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